lunes, 12 de enero de 2015

Feliz viernes!

Día festivo, día de rezo, el día del cous-cous.
Bendita delicia de plato, cuantas veces habremos disfrutado de un rico cous-cous... 

Pensando en esto, no puedo evitar acordarme de este verano, de uno de esos momentos que se te quedan grabados en la mente. Y allá va, una pequeña anécdota.

Fuimos un par de días a un pueblo llamado Sidi Hamza, una pequeña aldea bereber en plena montaña, conectada en todos los aspectos a la naturaleza... pero bueno de estos ya os hablaremos más adelante. Dio la casualidad que el día que fuimos era viernes, ¡y qué suerte! 


Salimos de casa y empezamos a ver que gente del pueblo iba de un lado a otro con un plato enorme en la mano tapado con un trapo. No nos dio ni tiempo a preguntarnos que era, cuando un señor destapó el suyo y nos ofreció... ¡cous-cous! Insistiendo con gestos y sonriendo en que probásemos. Y sin pensarlo dos veces, y de manera torpe, cogimos con la mano todo lo que pudimos y ¡qué delicia! Dimos dos pasos mas, y otra persona nos ofreció del suyo. Y así varias veces más. De diferentes sabores pero todos riquísimos. Desde que habíamos llegado de España estábamos impacientes por un buen plato de cous-cous y qué mejor manera.

Qué naturalidad, qué espontaneidad. Dos chavalas extranjeras en un pueblo en el que eramos totalmente desconocidas, un pueblo al que pocos turistas habrían ido antes. Y aun así ya estábamos invitadas a la comida de todo el pueblo! Qué generosidad, qué cercanía y qué diferentes somos.

Que especial es este país, y como lo demuestran en cualquier momento. 






PD: no tenemos foto de este momento, como es lógico. Esta es de otro cous-cous que compartimos, esta vez en Khamlia.

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