En Abril, como ya sabéis, volamos a Tánger con todo el cargamento para repartir. Allí cogimos una furgoneta, estaba todo planeado; visitaríamos Chaouen, partiríamos rumbo a Fez para descansar y a la mañana siguiente seguir con nuestro camino a Merzouga. Pero Marruecos es así, vas con lo que tienes que hacer en la cabeza y al llegar allí lo planeado no tiene lugar.
Después de perdernos varias veces y acabar yendo por la costa a Chaouen, convirtiendo lo que sería un viaje de 2 horas en un viaje de 5 (eso sí, con vistas y parándonos cada poco ante la necesidad de contemplar esos rincones que te vas encontrando) por fin llegamos...
Partimos sin dormir, mal durmiendo por turnos en el coche, con niebla, con música, con risas, con nervios, con ganas de pisar arena, con ganas de abrazar a nuestros niños... y así fue, en cuanto entramos en nuestro pueblito, los niños se tiraron a nosotros y se metieron en el coche, y entonces es cuando ves que lo de dormir y comer es de cobardes, y que merece la pena solo por eso..
Y luego vuelves aquí... y te agobia que todo esté tan cuadriculado, tan planeado, que lo único que hace todo eso es que no te de tiempo realmente a disfrutar, a sentir, a no tener prisa y a dejarte llevar. Por eso cuando hacemos estos viajes, volvemos con una satisfacción plena, esa que no conseguimos aquí por todas las responsabilidades, el estrés... y eso engancha, y mucho.
Marruecos, calidad.
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