Hoy le damos el relevo a una gran amiga y compañera de viaje, de sueños, de vida. Parte de La Prisa Mata. Ella, como nosotras sabe lo que sentimos, y no solo eso, lo comparte. Junto a ella hemos vivido muchas de las cosas que, ahora, os contamos por aquí. Murciana, de Sangonera la verde. Maestra de educación infantil y haciendo en estos momentos un máster de inclusión y exclusión social y educativa. Aventurera, soñadora y con unas ganas tremendas de hacer de este mundo algo más bonito. Y es que, con gente como ella, otro gallo cantaría.
"MARRUECOS…
¡Cuánto puede moverte por dentro el escuchar una palabra! Me piden
que escriba de Marruecos “en mi vida me he visto en tal apuro” –
diría Lope de Vega. Para mi Marruecos es algo muy difícil de
definir con palabras, pues, lo primero que pasa por mi cabeza al
hablar de este país es “explosión de sentimientos”,
sentimientos que te hacen experimentar de las mejores sensaciones de
tu vida.
Marruecos
comenzó siendo para mí una aventura, una oportunidad donde
canalizar mi deseo por hacer voluntariado, por ayudar y por conocer
nuevas culturas. Nervios, ilusión y ganas se mezclaban en este
inicio, lo que nunca pensé es que este inicio nunca fuese a tener un
final.
Marruecos
ha sido la tierra que me ha permitido conocer grandes personas,
grandes lugares, vivir grandes experiencias y, como diría José
Antonio Rabadán, enamorarme profundamente de la raza humana. ¡Cuántas
grandes lecciones de vida me han podido dar en tan sólo las tres
veces que allí ya he estado! Lecciones que todos deberíamos
recibir, lecciones de esas que se olvidan muchos maestros y maestras
de dar en el colegio, lecciones de las que muchos padres y madres
también se olvidan, lecciones necesarias en esta sociedad para que
todos podamos ser tan sólo un poquito más humanos. Lecciones que me
han enseñado a vivir el presente como el regalo más bonito y la
importancia de hacerlo bonito también a quienes me rodean.
Marruecos
me ha dado mucho pero, sin duda, yo quiero centrarme en ese trocito
de tierra que queda ahí, en tierra de nadie, en tierra de todos,
depende de quienes preguntes. Yo lo llamaré por su nombre,
Hassilabied, un pequeño pueblo bereber donde comenzó mi experiencia
de voluntariado y en el que paso la mayoría del tiempo cada vez que
“bajo al moro”.
Este
pequeño pueblo desde el primer día ganó mi corazón y, del que
desde entonces, ya me siento parte para siempre. Cuando hablo de
pueblo me refiero, principalmente, a su gente, a su paisaje, a su
cultura, sus costumbres pero, sobre todo, a cómo me hacen sentir
estando allí. Es algo muy grande, que, desgraciadamente, no se puede
explicar con palabras para enamorar a cada uno de vosotros que no
habéis estado, esto sólo se puede comprender viviéndolo.
Las
carcajadas de los niños, el calor del desierto, dormir en el suelo
mirando las estrellas, la ardiente
arena bajo nuestros pies, esas voces inocentes gritando desde la
ventana de casa nuestros nombres, la magia de ver llover en el
desierto mientras asomaban las estrellas, la sonrisa de los niños
con tan sólo un caramelo, comer todos del mismo plato, esas fiestas
organizadas en un minuto con tan sólo un djembé, la hospitalidad de
su gente ¿cómo sin tener nada se puede dar todo? Es posible. Sólo
tengo palabras de agradecimiento a todas las personas que han hecho
posible que esto ocurra dentro de mí.
Es
curioso como en un voluntariado en el que sólo piensas en dar y dar
todo de ti, por mucho que sea, lo que aportas no es nada comparado
con lo que traes contigo, una maleta cargada de experiencias,
valores, formas y lecciones de vida, grandes personas... Pero, sobre
todo, un pueblo que ha ganado mi corazón, Hassilabied.
Es
curiosa esa sensación de que parte de mí se queda lejos cada vez
que salgo de Marruecos, que un trozo de mi corazón ya no está
conmigo sino que se ha quedado en cada segundo vivido en aquella
tierra que llaman Marruecos, justamente en
aquel pequeño pueblo que empezó siendo una aventura, una
experiencia más en mi vida para convertirse ahora en una parte
esencial de mí. Esa parte de mi corazón que ya no está conmigo se
ha quedado en cada una de las sonrisas que hemos conseguido sacar y
viceversa, en cada uno de los miles de abrazos dados, en cada uno de
los granos de arena de esa maravilla del mundo llamada desierto, en
cada atardecer sentados en las dunas visto como si de una película
se tratase, en cada una de las grandes personas que esta tierra me ha
permitido conocer, personas que de conocer un día parecía que
habían pertenecido a mi vida durante años, en cada una de las
miradas cruzadas, miradas que lo decían todo sin compartir idioma.
Es
increíble el cómo echo de menos que mi única preocupación sea
como salir de debajo de aquella manta que nos protegía del incesante
frío en invierno o cómo levantar de esa colchoneta de dos dedos de
grosor que actúa de colchón sobre el suelo del patio en verano.
Echo de menos que mi única preocupación sea correr detrás de
aquellos niños para vencer su timidez, estar mareada de tanto
hacerles "el avión" o cómo ingeniármelas para sacarles
una sonrisa... o mil. Echo de menos que mi única
preocupación sea que mis botas se han llenado de arena y ahora los
pies me pesan dos kilos más para enfrentarme a esa duna que parece
imposible de subir mientras escucho voces de fondo diciendo: "¡Vamos,
que ya os queda poco!" a la vez que una mano color chocolate
aparece para ayudarnos. Echo de menos que mi única preocupación sea
no saber si utilizar el inglés, el francés, el castellano,
chapucear mis tres frases de vasco u optar por combinar las diez
palabras en árabe que sé para que me entiendan. Echo de menos que
mi única preocupación sea el caminar por las calles de tierra sin
rumbo fijo pero sin dejar a nadie sin su correspondiente "salam"
acompañado de una sonrisa de oreja a oreja. Echo de menos que mi
única preocupación sea que cada vez que digo que soy de Murcia me
respondan con un simpático "¿Andalusía?, yo hablo andalú"
y nadie sepa dónde queda. Echo de menos el calor del desierto, el
agua de la acequia y la comida beréber que recibíamos cada día
como un regalo del universo. Echo de menos que mi única preocupación
sea encontrar la estrella fugaz de la noche para poder lanzar mi
deseo al universo. Y es que ahora mi mayor preocupación es no saber
cuándo volveré a tener esas preocupaciones.
Mientras
tanto, este echar de menos me regala grandes sueños, llámenme loca,
obsesionada o cualquier adjetivo parecido pero ¡Cómo me encantan
esos sueños que me trasladan a allí! Estos son mi único avión
para trasladarme donde quiero estar. Mi único avión para revivir
momentos inolvidables, para sentir la arena del desierto en mis pies
o las risas de los niños como banda sonora de mi vida. Mi único
avión para lidiar con esta espera sin fecha de vuelta, para sentir
que parte de mí aún sigue allí, que parte de mí pertenece a ese
pequeño pueblo colindante con el paisaje más bonito jamás visto.
Sueños, mi único avión para seguir estando con vosotros, mis
queridos berberechos, en la distancia. Sueños ¿ficción? Para mí,
la única vía de escape que me invita a pasar, al menos, unos
segundos, unos minutos, unas horas, donde quiero estar en este
momento, sueños que me sacan una sonrisa cada mañana al despertar.
Para
no saber expresar con palabras lo que era Marruecos para mí creo que
me he extendido demasiado, así que si aún sigue leyendo, muchas
gracias por dedicar unos minutos de su tiempo para leer el relato de
esta loca por Marruecos.
"Dentro
de veinte años te arrepentirás más de las cosas que no hiciste que
de las que llegaste a hacer. Por lo tanto, ya puedes levar el ancla.
Abandona este puerto. Hincha las velas con el viento del cambio.
Explora. Sueña. Descubre."
Marc Twain
Haz
de tu vida algo extraordinario."
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