Antes que nada... la presentaciones. Somos Ane y Esther. Un verano nuestros caminos se juntaron en el desierto y desde entonces compartimos momentos, viajes, sueños, planes... Allí empezó esta historia de ir y volver, de aprender y desaprender, de reencuentros y despedidas, de volver de Marruecos y planear el siguiente viaje, de echar de menos y nunca de más...
Y, ¿qué hacíamos en el desierto? Las dos llevábamos tiempo buscando una asociación para realizar voluntariado y ambas nos decidimos por una que trabaja en Hassilabied, al sur de Marruecos, a orillas del maravilloso Erg Chebbi. Allí es donde todo comenzó.
Y, ¿qué hacíamos en el desierto? Las dos llevábamos tiempo buscando una asociación para realizar voluntariado y ambas nos decidimos por una que trabaja en Hassilabied, al sur de Marruecos, a orillas del maravilloso Erg Chebbi. Allí es donde todo comenzó.
Nuestro proyecto allí consistía en restauración, idiomas y actividades con niños. Pintábamos el colegio, se enseñaba inglés y castellano, y en actividades pasábamos las mañanas jugando y aprendiendo con los más pequeños. El voluntariado te ofrece una forma de conectarte con el pueblo, de sumergirte en su día a día. De poder disfrutar de los maravillosos niños y de los no tan niños, de aprender de su cultura y disfrutar de la diferente forma de vivir que allí tienen...
En Marruecos te das cuenta del poder de las sonrisas, de cómo día a día te van llenando esos niños que te siguen a todas partes y de lo felices que te hacen sin ellos mismos darse cuenta.
Nos llevamos abrazos, besos, carcajadas, sonrisas, tirones de pelo... Momentos con gente increíble, gente con la que aun teniendo una cultura y vida tan diferente conseguimos una conexión que hoy en día mantenemos, gente que nos ha ayudado a entender la importancia de valorar el regalo que es la vida y de disfrutar el presente.
Nos llevamos la hospitalidad de la gente del pueblo, los colores y olores, los increíbles amaneceres y atardeceres, la sensación de soledad de las dunas, la naturaleza, los gritos de los niños, los djembés, las horas pasadas dando palmas... e infinitas cosas más que hicieron que resultase inevitable volver a casa con otra forma de ver la vida, con otra escala de valores. Entendiendo que más, no es siempre mejor y que hay que dejar de pensar en lo que quieres ser, y empezar a ser. A vivir y no a sobrevivir.
En Marruecos te das cuenta del poder de las sonrisas, de cómo día a día te van llenando esos niños que te siguen a todas partes y de lo felices que te hacen sin ellos mismos darse cuenta.
Nos llevamos abrazos, besos, carcajadas, sonrisas, tirones de pelo... Momentos con gente increíble, gente con la que aun teniendo una cultura y vida tan diferente conseguimos una conexión que hoy en día mantenemos, gente que nos ha ayudado a entender la importancia de valorar el regalo que es la vida y de disfrutar el presente.
Nos llevamos la hospitalidad de la gente del pueblo, los colores y olores, los increíbles amaneceres y atardeceres, la sensación de soledad de las dunas, la naturaleza, los gritos de los niños, los djembés, las horas pasadas dando palmas... e infinitas cosas más que hicieron que resultase inevitable volver a casa con otra forma de ver la vida, con otra escala de valores. Entendiendo que más, no es siempre mejor y que hay que dejar de pensar en lo que quieres ser, y empezar a ser. A vivir y no a sobrevivir.
Fue llegar aquí y darnos cuenta de lo superficiales que somos, de la importancia que le damos a cosas sin trascendencia alguna y del individualismo de nuestra sociedad. Desde entonces, en nuestra cabeza sólo está la idea de volver una y otra vez para escapar de todo esto y volver a ese sitio que nos hace tan libres y felices. Fue más que un simple viaje, esta experiencia nos hizo cambiar, nos hizo soñar.
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