lunes, 12 de enero de 2015

¿Quién anda ahí?

Antes que nada... la presentaciones. Somos Ane y Esther. Un verano nuestros caminos se juntaron en el desierto y desde entonces compartimos momentos, viajes, sueños, planes... Allí empezó esta historia de ir y volver, de aprender y desaprender, de reencuentros y despedidas, de volver de Marruecos y planear el siguiente viaje, de echar de menos y nunca de más... 

Y, ¿qué hacíamos en el desierto? Las dos llevábamos tiempo buscando una asociación para realizar voluntariado y ambas nos decidimos por una que trabaja en Hassilabied, al sur de Marruecos, a orillas del maravilloso Erg Chebbi. Allí es donde todo comenzó. 



Hassilabied es un pueblo pequeñito, formado por casas de adobe, que básicamente vive del turismo, ya que son muchos los que se acercan con el propósito de disfrutar del desierto, de los campamentos, de los baños de arena, de las rutas... En definitiva, de este pequeño gran paraíso. Sus habitantes son bereberes y, como tal, mantienen sus propias costumbres e idioma.




Nuestro proyecto allí consistía en restauración, idiomas y actividades con niños. Pintábamos el colegio, se enseñaba inglés y castellano, y en actividades pasábamos las mañanas jugando y aprendiendo con los más pequeños. El voluntariado te ofrece una forma de conectarte con el pueblo, de sumergirte en su día a día. De poder disfrutar de los maravillosos niños y de los no tan niños, de aprender de su cultura y disfrutar de la diferente forma de vivir que allí tienen...

En Marruecos te das cuenta del poder de las sonrisas, de cómo día a día te van llenando esos niños que te siguen a todas partes y de lo felices que te hacen sin ellos mismos darse cuenta. 




Nos llevamos abrazos, besos, carcajadas, sonrisas, tirones de pelo... Momentos con gente increíble, gente con la que aun teniendo una cultura y vida tan diferente conseguimos una conexión que hoy en día mantenemos, gente que nos ha ayudado a entender la importancia de valorar el regalo que es la vida y de disfrutar el presente. 


Nos llevamos la hospitalidad de la gente del pueblo, los colores y olores, los increíbles amaneceres y atardeceres, la sensación de soledad de las dunas, la naturaleza, los gritos de los niños, los djembés, las horas pasadas dando palmas... e infinitas cosas más que hicieron que resultase inevitable volver a casa con otra forma de ver la vida, con otra escala de valores.  Entendiendo que más, no es siempre mejor y que hay que dejar de pensar en lo que quieres ser, y empezar a ser. A vivir y no a sobrevivir. 

Fue llegar aquí y darnos cuenta de lo superficiales que somos, de la importancia que le damos a cosas sin trascendencia alguna y del individualismo de nuestra sociedad. Desde entonces, en nuestra cabeza sólo está la idea de volver una y otra vez para escapar de todo esto y volver a ese sitio que nos hace tan libres y felices. Fue más que un simple viaje, esta experiencia nos hizo cambiar, nos hizo soñar. 

 

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